viernes, 24 de abril de 2009

Discurso fúnebre de Pericles ante el pueblo de Atenas



  • A continuación mostramos un extracto de Discurso Fúnebre de Pericles pronunciado en honor a los atenienses muertos en el primer año de la Guerra del Peloponeso. Este discurso se encuentra en la obra La Guerra del Peloponeso del historiador del siglo V a.C., Tucídides. Este discurso puede moverse entre lo literario y lo real, pero nos muestra claramente los ideales de la Atenas de la segunda mitad del siglo V a.C. Esto hace que" sea uno de los más altos testimonios decultura y civismo que nos haya legado la Antigüedad".

  • "Comenzaré por los antepasados, lo primero; pues es justo y al mismo tiempo conveniente que en estos momentos se les conceda a ellos esta honra de su recuerdo. Pues habitaron siempre este país en la sucesión de las generaciones hasta hoy, y libre nos lo entregaron gracias a su valor. Dignos son de elogio aquéllos, y mucho más lo son nuestros propios padres, pues adquiriendo no sin esfuerzo, además de lo que recibieron, cuanto imperio tenemos, nos lo dejaron a nosotros, los de hoy en día. Y nosotros, los mismos que aún vivimos y estamos en plena edad madura, en su mayor parte lo hemos engrandecido, y hemos convertido nuestra ciudad en la más autárquica, tanto en lo referente a la guerra como a la paz. De estas cosas pasaré por alto los hechos de guerra con los que se adquirió cada cosa, o si nosotros mismos o nuestros padres rechazamos al enemigo, bárbaro o griego, que valerosamente atacaba, por no querer extenderme ante quienes ya lo conocen. En cambio, tras haber expuesto primero desde qué modo de ser llegamos a ellos, y con qué régimen político y a partir de qué caracteres personales se hizo grande, pasaré también, luego al elogio de los muertos, considerando que en el momento presente no sería inoportuno que esto se dijera, y es conveniente que lo oiga toda esta asamblea de ciudadanos y extranjero.Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida. Y también nos hemos procurado frecuentes descansos para nuestro espíritu, sirviéndonos de certámenes y sacrificios celebrados a lo largo del año, y de decorosas casas particulares cuyo disfrute diario aleja las penas. Y a causa de su grandeza entran en nuestra ciudad toda clase de productos desde toda la tierra, y nos acontece que disfrutamos los bienes que aquí se producen para deleite propio, no menos que los bienes de los demás hombres.
  • Y también sobresalimos en los preparativos de las cosas de la guerra por los siguiente: mantenemos nuestra ciudad abierta y nunca se da el que impidamos a nadie (expulsando a los extranjeros) que pregunte o contemple algo —al menos que se trate de algo que de no estar oculto pudiera un enemigo sacar provecho al verlo—, porque confiamos no más en los preparativos y estratagemas que en nuestro propio buen ánimo a la hora de actuar. Y respecto a la educación, éstos, cuando todavía son niños, practican con un esforzado entrenamiento el valor propio de adultos, mientras que nosotros vivimos plácidamente y no por ello nos enfrentamos menos a parejos peligros. Aquí está la prueba: los lacedemonios nunca vienen a nuestro territorio por sí solos, sino en compañía de todos sus aliados; en cambio nosotros, cuando atacamos el territorio de los vecinos, vencemos con facilidad en tierra extranjera la mayoría de las veces, y eso que son gentes que se defienden por sus propiedades. Y contra todas nuestras fuerzas reunidas ningún enemigo se enfrentó todavía, a causa tanto de la preparación de nuestra flota como de que enviamos a algunos de nosotros mismos a puntos diversos por tierra. Y si ellos se enfrentan en algún sitio con una parte de los nuestros, si vencen se jactan de haber rechazado unos pocos a todos los nuestros, y si son vencidos, haberlo sido por la totalidad. Así pues, si con una cierta indolencia más que con el continuo entrenarse en penalidades, y no con leyes más que con costumbres de valor queremos correr los riesgos, ocurre que no sufrimos de antemano con los dolores venideros, y aparecemos llegando a lo mismo y con no menos arrojo que quienes siempre están ejercitándose. Por todo ello la ciudad es digna de admiración y aun por otros motivos.
  • Pues amamos la belleza con economía y amamos la sabiduría sin blandicie, y usamos la riqueza más como ocasión de obrar que como jactancia de palabra. Y el reconocer que se es pobre no es vergüenza para nadie, sino que el no huirlo de hecho, eso sí que es más vergonzoso. Arraigada está en ellos la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los únicos, en efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos públicos, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabra antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso. Pues también poseemos ventajosamente esto: el ser atrevidos y deliberar especialmente sobre lo que vamos a emprender; en cambio en los otros la ignorancia les da temeridad y la reflexión les implica demora. Podrían ser considerados justamente los de mejor ánimo aquellos que conocen exactamente lo agradable y lo terrible y no por ello se apartan de los peligros. Y en lo que concierne a la virtud nos distinguimos de la mayoría, pues nos procuramos a los amigos, no recibiendo favores sino haciéndolos. Y es que el que otorga el favor es un amigo más seguro para mantener la amistad que le debe aquel a quien se lo hizo, pues el que lo debe es en cambio más débil, ya que sabe que devolverá el favor no gratuitamente sino como si fuera una deuda. Y somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a alguien beneficios no tanto por el cálculo del momento oportuno como por la confianza en nuestra libertad.
  • Resumiendo, afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia, y me parece que cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica del momento actual sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carácter. Efectivamente, es la única ciudad de las actuales que acude a una prueba mayor que su fama, y la única que no provoca en el enemigo que la ataca indignación por lo que sufre, ni reproches en los súbditos, en la idea de que no son gobernados por gentes dignas. Y al habernos procurado un poderío con pruebas más que evidentes y no sin testigos, daremos ocasión de ser admirados a los hombres de ahora y a los venideros, sin necesitar para nada el elogio de Homero ni de ningún otro que nos deleitará de momento con palabras halagadoras, aunque la verdad irá a desmentir su concepción de los hechos; sino que tras haber obligado a todas las tierras y mares a ser accesibles a nuestro arrojo, por todas partes hemos contribuido a fundar recuerdos imperecederos para bien o para mal. Así pues, éstos, considerando justo no ser privados de una tal ciudad, lucharon y murieron noblemente, y es natural que cualquiera de los supervivientes quiera esforzarse en su defensa.
  • Esta es la razón por la que me he extendido en lo referente a la ciudad enseñándoles que no disputamos por lo mismo nosotros y quienes no poseen nada de todo esto, y dejando en claro al mismo tiempo con pruebas ejemplares el público elogio sobre quienes ahora hablo. Y de él ya está dicha la parte más importante. Pues las virtudes que en la ciudad he elogiado no son otras que aquellas con que las han adornado estos hombres y otros semejantes, y no son muchos los griegos cuya fama, como la de éstos, sea pareja a lo que hicieron. Y me parece que pone de manifiesto la valía de un hombre, el desenlace que éstos ahora han tenido, al principio sólo mediante indicios, pero luego confirmándola al final. Pues es justo que a quienes son inferiores en otros aspectos se les valore en primer lugar su valentía en defensa de la patria, ya que borrando con lo bueno lo malo reportaron mayor beneficio a la comunidad que lo que la perjudicaron como simples particulares. Y de ellos ninguno flojeó por anteponer el disfrute continuado de la riqueza, ni demoró el peligro por la esperanza de que escapando algún día de su pobreza podría enriquecerse. Por el contrario, consideraron más deseable que todo esto el castigo de los enemigos, y estimando además que éste era el más bello de los riesgos decidieron con él vengar a los enemigos, optando por los peligros, confiando a la esperanza lo incierto de su éxito, estimando digno tener confianza en sí mismos de hecho ante lo que ya tenían ante su vista. Y en ese momento consideraron en más el defenderse y sufrir, que ceder y salvarse; evitaron una fama vergonzosa, y aguantaron el peligro de la acción al precio de sus vidas, y en breve instante de su Fortuna, en el esplendor mismo de su fama más que de su miedo, fenecieron.
  • Y así éstos, tales resultaron, de modo en verdad digno a su ciudad. Y preciso es que el resto pidan tener una decisión más firme y no se den por satisfechos de tenerla más cobarde ante los enemigos, viendo su utilidad no sólo de palabra, cosa que cualquiera podría tratar in extenso ante ustedes, que la conocéis igual de bien, mencionando cuántos beneficios hay en vengarse de los enemigos; antes por el contrario, contemplando de hecho cada día el poderío de la ciudad y enamorándose de él, y cuando les parezca que es inmenso, piensen que todo ello lo adquirieron unos hombres osados y que conocían su deber, y que actuaron con pundonor en el momento de la acción; y que si fracasaban al intentar algo no se creían con derecho a privar a la ciudad de su innata audacia, por lo que le brindaron su más bello tributo: dieron, en efecto, su vida por la comunidad, cosechando en particular una alabanza imperecedera y la más célebre tumba: no sólo el lugar en que yacen, sino aquella otra en la que por siempre les sobrevive su gloria en cualquier ocasión que se presente, de dicho o de hecho. Porque de los hombres ilustres tumba es la tierra toda, y no sólo la señala una inscripción sepulcral en su ciudad, sino que incluso en los países extraños pervive el recuerdo que, aun no escrito, está grabado en el alma de cada uno más que en algo material. Imiten ahora a ellos, y considerando que su libertad es su felicidad y su valor su libertad, no se angustien en exceso sobre los peligros de la guerra. Pues no sería justo que escatimaran menos sus vidas los desafortunados (ya que no tienen esperanzas de ventura), sino aquellos otros para quienes hay el peligro de sufrir en su vida un cambio a peor, en cuyo caso sobre todo serían mayores las diferencias si en algo fracasaran. Pues, al menos para un hombre que tenga dignidad, es más doloroso sufrir un daño por propia cobardía que, estando en pleno vigor y lleno de esperanza común, la muerte que llega sin sentirse.
  • Por esto precisamente no compadezco a ustedes, los padres de estos de ahora que aquí están presentes, sino que más bien voy a consolarles. Pues ellos saben que han sido educados en las más diversas experiencias. Y la felicidad es haber alcanzado, como éstos, la muerte más honrosa, o el más honroso dolor como ustedes y como aquellos a quienes la vida les calculó por igual el ser feliz y el morir. Y que es difícil convencerles de ello lo sé, pues tendrán múltiples ocasiones de acordarse de ellos en momentos de alegría para otros, como los que antaño también eran su orgullo. Pues la pena no nace de verse privado uno de aquellas cosas buenas que uno no ha probado, sino cuando se ve despojado de algo a lo que estaba acostumbrado. Preciso es tener confianza en la esperanza de nuevos hijos, los que aún están en edad, pues los nuevos que nazcan ayudarán en el plano familiar a acordarse menos de los que ya no viven, y será útil para la ciudad por dos motivos: por no quedar despoblada y por una cuestión de seguridad. Pues no es posible que tomen decisiones equitativas y justas quienes no exponen a sus hijos a que corran peligro como los demás. Y a su vez, cuantos han pasado ya la madurez, consideren su mayor ganancia la época de su vida en que fueron felices, y que ésta presente será breve, y alíviense con la gloria de ellos. Porque las ansias de honores es lo único que no envejece, y en la etapa de la vida menos útil no es el acumular riquezas, como dicen algunos, lo que más agrada, sino el recibir honores.
  • Por otra parte, para los hijos o hermanos de éstos que aquí están presentes veo una dura prueba (pues a quien ha muerto todo el mundo suele elogiar) y a duras penas podrían ser considerados, en un exceso de virtud por su parte, no digo iguales sino ligeramente inferiores. Pues para los vivos queda la envidia ante sus adversarios, en cambio lo que no está ante nosotros es honrado con una benevolencia que no tiene rivalidad. Y si debo tener un recuerdo de la virtud de las mujeres que ahora quedarán viudas, lo expresaré todo con una breve indicación. Para ustedes será una gran fama el no ser inferiores a vuestra natural condición, y que entre los hombres se hable lo menos posible de ustedes, sea en tono de elogio o de crítica.
  • He pronunciado también yo en este discurso, según la costumbre, cuanto era conveniente, y los ahora enterrados han recibido ya de hecho en parte sus honras; a su vez la ciudad va a criar a expensas públicas a sus hijos hasta la juventud, ofreciendo una útil corona a éstos y a los supervivientes de estos combates. Pues es entre quienes disponen de premios mayores a la virtud donde se dan ciudadanos más nobles. Y ahora, después de haber concluido los lamentos fúnebres, cada cual en honor de los suyos, márchense”.
  • jueves, 5 de marzo de 2009

    La mujer en la antigua Grecia


    Con motivo del día internacional de la mujer,el 8 de marzo, trabajaremos en clase una carta escrita por una mujer griega a su hija.Es un documento literario, pero bien podría haber sido real, pues muestra con exactitud el mundo femenino del siglo V a.C:







    “Epístola de una ciudadana”

    Susúrrame al oído, Musa, las palabras que permitan que mi amada Niké, mi hija, conozca mi experiencia en esta vida y siga mis consejos para conducirse por este mundo. Sé que me queda poco tiempo de vida, otros muchos ya han muerto antes que yo y ahora que he de morir quisiera que me honraras a través del recuerdo de esta carta.
    Niké, a mí debes tu vida pues cuando quedé en cinta ya contábamos con un hijo varón, suficiente para perpetuar nuestro linaje, cuidarnos en la vejez, enterrarnos según los ritos y continuar el culto a los antepasados. No era necesario incrementar nuestros gastos con otro hijo ni dividir el patrimonio. Pero se hizo tarde para practicar el aborto legal. ¡Y encima naciste mujer! Yo convencí a tu padre de que no te expusiera en la puerta de casa, de que te reconociera como su descendiente y así lo hizo, reconociéndote al décimo día de nacer y colocando en la puerta de nuestra casa un ovillo de lana, anunciando así a todos tu nacimiento.

    Aún eres muy pequeña para iniciar tu educación, pero me hubiera gustado ocuparme personalmente de ti junto a tu abuela, enseñarte a leer, escribir, tratar la lana y tejer. Te habría contado relatos, fábulas y leyendas, te habría enseñado a calcular y a tocar la cítara o el tamboril. Si hubieras nacido en Esparta podrías asistir a las palestras para educar también tu cuerpo en el deporte y la salud, pero en Atenas eso va contra el decoro femenino. Eso sí, ellas y nosotras compartimos la ausencia de derechos políticos y jurídicos. La ciudadanía sólo nos sirve para contraer matrimonio con un ciudadano de pleno derecho y es nuestro señor (padre o en su defecto hermano, abuelo o tutor legal) quien elige el que habrá de ser nuestro marido. Yo no me casé joven, contaba ya con dieciséis años y tu padre con veinticinco. Tu abuelo paterno deseaba reforzar los lazos entre nuestras familias y sin conocerme siquiera me eligió a mí como madre de sus nietos. Por consiguiente, tuvieron lugar las promesas esponsales entre mi padre y mi futuro esposo, a las que por supuesto yo no asistí.


    Mi boda se celebró poco después en el mes de Gamelión, mes consagrado a Hera, la diosa del matrimonio. Ofrecí a Zeus, Hera, Artemisa y Apolo mis juguetes de la infancia y con agua de la fuente Calirroe me di un baño de purificación. Después, con mis más hermosas prendas, la cabeza coronada y el rostro velado entré en la casa de mis suegros que estaba adornada con guirnaldas de hojas de olivo y laurel. Tras los banquetes (uno para hombres y otro para mujeres) recibí mis regalos. Ya en la noche, acompañados de los cantos del himeneo fuimos en un carro de bueyes a nuestra nueva casa. Yo portaba una parrilla y un cedazo, símbolos de mi nueva responsabilidad doméstica. A la llegada fui recibida, como tú también lo serás, por mis suegros que derramaron sobre mí higos y nueces, como cuando llega un esclavo a vivir a casa. Me ofrecieron una porción de pastel nupcial de sésamo y miel, un membrillo y un dátil, símbolos de la fecundidad.
    A partir de ahí, empezó mi vida de casada: vigilar a los sirvientes, recibir las mercancías, decidir quién necesita nuevos vestidos, velar por el estado del grano, planificar los gastos para no acabar en un mes con lo que ha de durar un año.
    La parte de la casa en la que transcurrió mi vida fue el gineceo, primero como niña y luego como esposa. Una mujer honrada y de cierta posición no debe pisar mucho la calle, la calle es un ámbito masculino. Sólo las mujeres con pocos recursos, las esclavas y cortesanas transitan por ellas libremente. Tendrás que servirte, como yo hice, de pequeñas excusas para salir de casa, como pedir algo a una amiga o vecina, pero siempre irás acompañada de una esclava que sostenga tu quitasol.
    En cuanto a los banquetes, no participamos en ellos salvo para controlar a los esclavos y tampoco acompañamos a nuestros maridos cuando son invitados. Pero, gracias a los dioses, sí compartimos la mesa en la intimidad con nuestros esposos.
    Se nos permite asistir a las fiestas familiares, a las religiosas, a los funerales y a algunas representaciones de teatro. Una ateniense de buena familia elegirá la tragedia, mientras que muchas mujeres de las clases populares asistirán a las grotescas comedias. Las mujeres menos decentes son las concubinas, prostitutas y hetairas. Estas últimas son cortesanas de alto nivel que acompañan a nuestros hombres y que tienen conocimientos de música, literatura, canto y baile. Ellas y también las prostitutas vulgares del Cerámico y el Pireo los entretienen fuera de casa y satisfacen sus deseos sexuales; así, no guardan para sus esposas, sino el deber dilatado en el tiempo de la procreación. Mientras, nosotras tenemos que mantenernos fieles y eso que en nuestros tiempos empieza a ser normal que un hombre tenga ya una concubina en casa junto a su esposa legítima. A veces he sentido envidia de mujeres como Aspasia que acompañaban y conversaban con su pareja, mujeres a las que sus hombres profesaban auténtica pasión. A las esposas nos niegan el amor y hasta la conversación. Y tenemos suerte si nuestro esposo no nos repudia y no se divorcia de nosotras, por eso debemos mantenernos humildes, serviciales y respetuosas, no levantar la voz, no discrepar mucho de sus opiniones y someternos a sus caprichos.
    El último tema sobre el que quiero hablarte es la muerte. Debes velar los últimos momentos de tu padre y en su muerte preparar su cuerpo rodeando su rostro de flores y poniendo en su mortaja sus objetos de valor. En su boca puedes depositar una moneda para pagar al barquero Caronte por el cruce de la laguna Estigia; y también colocar en el lecho mortuorio un trozo de pastel de miel para apaciguar al Cerbero. En el velatorio debes proteger su cadáver del sol y las moscas y acompañar a su cuerpo hasta su inhumación. No olvides celebrar banquetes y sacrificios periódicamente para mantener el culto, indispensable para la felicidad de los difuntos en el otro mundo.
    Y aquí termina, querida Niké, mi carta de despedida. Sólo lamento no poder acompañarte en tus mejores momentos, ni reconfortarte en los adversos. Esfuérzate por mantener viva la llama de Hera y recuerda a tu madre, que velará por ti desde las sombras del Hades.



    Acudiendo a las fuentes.

    Ahora serán los autores clásicos los que nos muestren a través de sus palabras la situación de la mujer en la Antigua Grecia.
    Empezamos con Semónides, poeta lírico griego.


    -De modo diverso la divinidad hizo el talante de la mujer desde un comienzo. A una la sacó de la cerda: en su casa está todo mugriento por el fango, en desorden y rodando por los suelos. Y ella sin lavarse y con vestidos sucios, revolcándose en estiércol se hincha de grasa. A otra la hizo la divinidad de la perversa zorra, una mujer que lo sabe todo. No se le escapa inadvertido nada de lo malo ni de lo bueno. De las mismas cosas muchas veces dice que una es mala y otra que es buena. Tiene un humor diverso en cada caso. Otra salió de la perra: gruñona e impulsiva, que pretende oírlo todo, sabérselo todo, y va por todas partes fisgando y vagando y ladra de continuo, aun sin ver a nadie. No la puede contener su marido, por más que la amenace, ni aunque, irritado, le parta los dientes a pedradas, ni tampoco hablándole con ternura, ni siquiera cuando está sentada con extraños; sino que mantiene siempre su irrefrenable ladrar... Otra procede del asno apaleado y gris, que a duras penas por la fuerza y tras los gritos se resigna a todo y trabaja con esfuerzo en lo que sea. Mientras tanto come en el establo toda la noche y todo el día, y come ante el hogar. Sin embargo, cuando se trata del acto sexual, acepta sin más a cualquiera que venga... A otra la engendró una yegua linda de larga melena. Ésta evita los trabajos serviles y la fatiga, y no quiere tocar el mortero ni el cedazo levanta ni la basura saca fuera de su casa, ni siquiera se sienta junto al hogar para evitar el hollín. Por necesidad se busca un buen marido. Cada día se lava la suciedad hasta dos veces, e incluso tres, y se unta de perfumes. Siempre lleva su cabello bien peinado, y cardado y adornado con flores. Un bello espectáculo es una mujer así para los demás, para su marido una desgracia... A otra la sacaron de la abeja. ¡Afortunado quien la tiene! Pues es la única a la que no alcanza el reproche, y en sus manos florece y aumenta la hacienda. Querida envejece junto a su amante esposo y cría una familia hermosa y renombrada... Tales son las mejores y más prudentes mujeres que Zeus a los hombres depara.

    Semónides de Argos. Adaptación de C. García Gual.

    El siguiente fragmento está extraído de de una tragedia, Medea. Lleva el nombre de su protagonista, una joven maga extranjera que ayudó a Jasón a recuperar el vellocino de oro. Para ello tuvo que traicionar a su patria y a su padre e incluso mató a su propio hermano para poder huir. Tras años de relación con Jasón, fruto de la cual tuvo dos hijos, Jasón decide abandonarla para contraer matrimonio con una princesa y así mejorar su posición.

    De todo lo que tiene vida y pensamiento no hay nada más digno de compasión que nosotras las mujeres. En primer lugar tenemos que pujar para comprarnos un marido, que será el amo de nuestro cuerpo, desgracia mayor que el precio pagado por ella. Pues ahí reside el mayor riesgo, en adquirir a uno bueno o a uno malo. Para las mujeres es una deshonra separarse del marido, y les está prohibido repudiarlos. Al entrar en un mundo desconocido regido por leyes nuevas que no ha podido aprender en su casa, una joven deber ser adivina en el arte de saber comportarse con su compañero de lecho. Si ella llega a conseguirlo, si su esposo acepta la vida en común compartiendo de buen grado el yugo con ella, su vida será envidiable, pero si no, es preferible morir. Pues un hombre, cuando su hogar le resulta aburrido, no tiene más que irse fuera y contar su disgusto a un amigo a alguien de su edad. Nosotras, en cambio, sólo podemos mirar a un solo ser. Dicen que llevamos en nuestras casas una vida exenta de peligros. ¡Qué estupidez! Preferiría tres veces estar a pie firme en la batalla que dar a luz un solo hijo.

    Eurípides, Medea, 230-251
    ATENAS

    - “Vuestra gran gloria consistirá en que entre los hombres haya sobre vosotras las menores conversaciones posibles en buena o mala parte”.
    (Tucídides, II,45)
    - “Conviene más a la mujer estar tras la puerta que asomarse a ella; para el hombre no es aconsejable permanecer en casa”.
    (Jenofonte, Económico, VII, 30)
    “ La mujer debe hablar sólo con el marido y por boca del marido, y no debe lamentarse, como no se lamenta el flautista de hablar a través de su instrumento”.
    (Plutarco, Preceptos conyugales, XXXII)
    - “Nadie osaría hacer fiestas en un lugar en el que haya mujeres casadas: las mujeres casadas ni participan en los banquetes de los maridos, ni consideran lícito comer con personas que no formen parte de su familia, ni mucho menos con un recién llegado”.
    (Iseo, Herencia de Pirrón,14)
    - “Él entró en las habitaciones de las mujeres, donde se encontraban mi hermana y mis sobrinas, las cuales llevan una vida tan mísera que se avergüenzan incluso de ser vistas por sus familiares”.
    (Lisias, Contra Símaco, 6)
    - “ no es difícil explicar que es necesario que ella administre bien la casa conservando cuanto contiene y siendo sumisa a su marido”.
    (Platón, Menón, 71 e)
    ESPARTA
    Reflexionando yo cierto día sobre el hecho de que, siendo Esparta una de las ciudades menos pobladas, se haya, sin embargo, mostrado la más poderosa y renombrada en Grecia, no pude menos de preguntarme, admirado, cómo tal cosa pudo suceder. Mas al considerar las costumbres de los espartanos, dejé de asombrarme.
    Por ejemplo, con respecto a la procreación de los hijos (empezaré por el principio): los demás, a las doncellas que con el tiempo han de ser madres, y que reciben la educación que se juzga honesta, las alimentan con los manjares más moderados y con el más sobrio condimento que darse puede: además, les hacen abstenerse en absoluto de vino, o beberlo. A lo sumo, mezclado con agua. Y, como la mayoría de los que tienen un oficio son sedentarios, así los demás griegos consideran conveniente que también las doncellas lleven una vida apacible, trabajando la lana. Pues bien, de las que son así criadas, ¿cómo esperar que puedan dar vida a nada grande? Licurgo, por el contrario, pensó que para proveerse de ropas basta con las esclavas, y que para las mujeres libres la más importante misión, a su parecer, es la procreación de los hijos: ordenó, pues, en primer lugar, que el sexo femenino ejercitase no menos que el masculino su cuerpo: y además instituyó certámenes de ligereza y fuerza entre las mujeres, al igual que entre los hombres, en la idea de que de padre y madre fuertes nacen igualmente hijos más vigorosos. Y en cuanto a las mujeres, después de casadas, observando que los demás acostumbraban a mantener con ellas, en los primeros tiempos, desordenado comercio, contraria fue también en esto su opinión; en efecto, declaró cosa vergonzosa que un hombre fuese visto en el momento de entrar en el tálamo o al abandonarlo. Con lo cual, era forzoso que se mantuvieran unidos los esposos por un mayor deseo, y que el hijo, que en estas condiciones engendraran, fuese más fuerte que si estuvieran ya uno de otro saciados. Además, para impedir que cada cual tomara mujer cuando bien le pareciera, ordenó que los casamientos se hicieran en la plenitud del vigor físico, mirando también en esto a las conveniencias de la prole. Y si acaso sucedía que un viejo estuviera casado con una mujer joven, viendo Licurgo que los hombres en tal edad suelen ser celosísimos guardadores de sus esposas, opúsose igualmente a ello: pues obligó al marido a engendrar hijos en su mujer, llevando a su casa un hombre cuyas prendas físicas y espirituales fuesen de su agrado. Y declaró legal que , si alguno no quería cohabitar con su mujer, pero deseaba tener hijos dignos de memoria, pudiera, con el consentimiento del marido, tener hijos de la que le pareciera fecunda y saludable. Y en otras muchas cosas a éstas semejantes consentía: pues las mujeres quieren ser dueñas en dos hogares, y por su parte los hombres gustan de dar hermanos a sus hijos, que participen en su estirpe y poder, mas no rivalicen con ellos en la herencia. Si, con criterio tan opuesto al común en materia de procreación, logró para Esparta hombres superiores en fuerza y robustez, examínelo el que quiera.
    (Jenofonte, La república de los Lacedemonios)

    1. ¿Qué diferencias puedes apreciar entre la situación de la mujer ateniense y espartana? Señálalas.
    2. ¿Cuál era el principal interés de la sociedad espartana y de las sociedades clásicas? ¿Actualmente conservamos el mismo interés o los hemos cambiado por otros? En caso negativo, señala dos o tres ejemplos.






































    viernes, 16 de enero de 2009

    NUESTRO BLOG

    En este blog investigamos los mundos griegos clásico y moderno, su cultura, su lengua, su arte, su ciencia, su literatura, su filosofía, su forma de vida y su legado. Nos internamos en ellos, los estudiamos y los compartimos. Porque Grecia se ha hecho cargo de que algo de ella esté siempre presente en nuestro mundo.
    Atenea es la diosa griega de la sabiduría, y es precisamente el saber ( la "sofía") lo que buscamos. Interactuando y compartiendo cononocimiento extenderemos el campo de visión y entendimiento tal y como lo haría la lechuza de la deidad al planear sobre su casco.
    Este es un blog interactivo. Un blog destinado a todos los que amen Grecia y todo lo que ella conlleva.