Mi boda se celebró poco después en el mes de Gamelión, mes consagrado a Hera, la diosa del matrimonio. Ofrecí a Zeus, Hera, Artemisa y Apolo mis juguetes de la infancia y con agua de la fuente Calirroe me di un baño de purificación. Después, con mis más hermosas prendas, la cabeza coronada y el rostro velado entré en la casa de mis suegros que estaba adornada con guirnaldas de hojas de olivo y laurel. Tras los banquetes (uno para hombres y otro para mujeres) recibí mis regalos. Ya en la noche, acompañados de los cantos del himeneo fuimos en un carro de bueyes a nuestra nueva casa. Yo portaba una parrilla y un cedazo, símbolos de mi nueva responsabilidad doméstica. A la llegada fui recibida, como tú también lo serás, por mis suegros que derramaron sobre mí higos y nueces, como cuando llega un esclavo a vivir a casa. Me ofrecieron una porción de pastel nupcial de sésamo y miel, un membrillo y un dátil, símbolos de la fecundidad.
A partir de ahí, empezó mi vida de casada: vigilar a los sirvientes, recibir las mercancías, decidir quién necesita nuevos vestidos, velar por el estado del grano, planificar los gastos para no acabar en un mes con lo que ha de durar un año.
La parte de la casa en la que transcurrió mi vida fue el gineceo, primero como niña y luego como esposa. Una mujer honrada y de cierta posición no debe pisar mucho la calle, la calle es un ámbito masculino. Sólo las mujeres con pocos recursos, las esclavas y cortesanas transitan por ellas libremente. Tendrás que servirte, como yo hice, de pequeñas excusas para salir de casa, como pedir algo a una amiga o vecina, pero siempre irás acompañada de una esclava que sostenga tu quitasol.
En cuanto a los banquetes, no participamos en ellos salvo para controlar a los esclavos y tampoco acompañamos a nuestros maridos cuando son invitados. Pero, gracias a los dioses, sí compartimos la mesa en la intimidad con nuestros esposos.
Se nos permite asistir a las fiestas familiares, a las religiosas, a los funerales y a algunas representaciones de teatro. Una ateniense de buena familia elegirá la tragedia, mientras que muchas mujeres de las clases populares asistirán a las grotescas comedias. Las mujeres menos decentes son las concubinas, prostitutas y hetairas. Estas últimas son cortesanas de alto nivel que acompañan a nuestros hombres y que tienen conocimientos de música, literatura, canto y baile. Ellas y también las prostitutas vulgares del Cerámico y el Pireo los entretienen fuera de casa y satisfacen sus deseos sexuales; así, no guardan para sus esposas, sino el deber dilatado en el tiempo de la procreación. Mientras, nosotras tenemos que mantenernos fieles y eso que en nuestros tiempos empieza a ser normal que un hombre tenga ya una concubina en casa junto a su esposa legítima. A veces he sentido envidia de mujeres como Aspasia que acompañaban y conversaban con su pareja, mujeres a las que sus hombres profesaban auténtica pasión. A las esposas nos niegan el amor y hasta la conversación. Y tenemos suerte si nuestro esposo no nos repudia y no se divorcia de nosotras, por eso debemos mantenernos humildes, serviciales y respetuosas, no levantar la voz, no discrepar mucho de sus opiniones y someternos a sus caprichos.
El último tema sobre el que quiero hablarte es la muerte. Debes velar los últimos momentos de tu padre y en su muerte preparar su cuerpo rodeando su rostro de flores y poniendo en su mortaja sus objetos de valor. En su boca puedes depositar una moneda para pagar al barquero Caronte por el cruce de la laguna Estigia; y también colocar en el lecho mortuorio un trozo de pastel de miel para apaciguar al Cerbero. En el velatorio debes proteger su cadáver del sol y las moscas y acompañar a su cuerpo hasta su inhumación. No olvides celebrar banquetes y sacrificios periódicamente para mantener el culto, indispensable para la felicidad de los difuntos en el otro mundo.
Y aquí termina, querida Niké, mi carta de despedida. Sólo lamento no poder acompañarte en tus mejores momentos, ni reconfortarte en los adversos. Esfuérzate por mantener viva la llama de Hera y recuerda a tu madre, que velará por ti desde las sombras del Hades.
Acudiendo a las fuentes.
Ahora serán los autores clásicos los que nos muestren a través de sus palabras la situación de la mujer en la Antigua Grecia.
Empezamos con Semónides, poeta lírico griego.

-De modo diverso la divinidad hizo el talante de la mujer desde un comienzo. A una la sacó de la cerda: en su casa está todo mugriento por el fango, en desorden y rodando por los suelos. Y ella sin lavarse y con vestidos sucios, revolcándose en estiércol se hincha de grasa. A otra la hizo la divinidad de la perversa zorra, una mujer que lo sabe todo. No se le escapa inadvertido nada de lo malo ni de lo bueno. De las mismas cosas muchas veces dice que una es mala y otra que es buena. Tiene un humor diverso en cada caso. Otra salió de la perra: gruñona e impulsiva, que pretende oírlo todo, sabérselo todo, y va por todas partes fisgando y vagando y ladra de continuo, aun sin ver a nadie. No la puede contener su marido, por más que la amenace, ni aunque, irritado, le parta los dientes a pedradas, ni tampoco hablándole con ternura, ni siquiera cuando está sentada con extraños; sino que mantiene siempre su irrefrenable ladrar... Otra procede del asno apaleado y gris, que a duras penas por la fuerza y tras los gritos se resigna a todo y trabaja con esfuerzo en lo que sea. Mientras tanto come en el establo toda la noche y todo el día, y come ante el hogar. Sin embargo, cuando se trata del acto sexual, acepta sin más a cualquiera que venga... A otra la engendró una yegua linda de larga melena. Ésta evita los trabajos serviles y la fatiga, y no quiere tocar el mortero ni el cedazo levanta ni la basura saca fuera de su casa, ni siquiera se sienta junto al hogar para evitar el hollín. Por necesidad se busca un buen marido. Cada día se lava la suciedad hasta dos veces, e incluso tres, y se unta de perfumes. Siempre lleva su cabello bien peinado, y cardado y adornado con flores. Un bello espectáculo es una mujer así para los demás, para su marido una desgracia... A otra la sacaron de la abeja. ¡Afortunado quien la tiene! Pues es la única a la que no alcanza el reproche, y en sus manos florece y aumenta la hacienda. Querida envejece junto a su amante esposo y cría una familia hermosa y renombrada... Tales son las mejores y más prudentes mujeres que Zeus a los hombres depara.
Semónides de Argos. Adaptación de C. García Gual.
El siguiente fragmento está extraído de de una tragedia, Medea. Lleva el nombre de su protagonista, una joven maga extranjera que ayudó a Jasón a recuperar el vellocino de oro. Para ello tuvo que traicionar a su patria y a su padre e incluso mató a su propio hermano para poder huir. Tras años de relación con Jasón, fruto de la cual tuvo dos hijos, Jasón decide abandonarla para contraer matrimonio con una princesa y así mejorar su posición.
De todo lo que tiene vida y pensamiento no hay nada más digno de compasión que nosotras las mujeres. En primer lugar tenemos que pujar para comprarnos un marido, que se

rá el amo de nuestro cuerpo, desgracia mayor que el precio pagado por ella. Pues ahí reside el mayor riesgo, en adquirir a uno bueno o a uno malo. Para las mujeres es una deshonra separarse del marido, y les está prohibido repudiarlos. Al entrar en un mundo desconocido regido por leyes nuevas que no ha podido aprender en su casa, una joven deber ser adivina en el arte de saber comportarse con su compañero de lecho. Si ella llega a conseguirlo, si su esposo acepta la vida en común compartiendo de buen grado el yugo con ella, su vida será envidiable, pero si no, es preferible morir. Pues un hombre, cuando su hogar le resulta aburrido, no tiene más que irse fuera y contar su disgusto a un amigo a alguien de su edad. Nosotras, en cambio, sólo podemos mirar a un solo ser. Dicen que llevamos en nuestras casas una vida exenta de peligros. ¡Qué estupidez! Preferiría tres veces estar a pie firme en la batalla que dar a luz un solo hijo.
Eurípides, Medea, 230-251
ATENAS
- “Vuestra gran gloria consistirá en que entre los hombres haya sobre vosotras las menores conversaciones posibles en buena o mala parte”.
(Tucídides, II,45)
- “Conviene más a la mujer estar tras la puerta que asomarse a ella; para el hombre no es aconsejable permanecer en casa”.
(Jenofonte, Económico, VII, 30)
“ La mujer debe hablar sólo con el marido y por boca del marido, y no debe lamentarse, como no se lamenta el flautista de hablar a través de su instrumento”.
(Plutarco, Preceptos conyugales, XXXII)
- “Nadie osaría hacer fiestas en un lugar en el que haya mujeres casadas: las mujeres casadas ni participan en los banquetes de los maridos, ni consideran lícito comer con personas que no formen parte de su familia, ni mucho menos con un recién llegado”.
(Iseo, Herencia de Pirrón,14)
- “Él entró en las habitaciones de las mujeres, donde se encontraban mi hermana y mis sobrinas, las cuales llevan una vida tan mísera que se avergüenzan incluso de ser vistas por sus familiares”.
(Lisias, Contra Símaco, 6)
- “ no es difícil explicar que es necesario que ella administre bien la casa conservando cuanto contiene y siendo sumisa a su marido”.
(Platón, Menón, 71 e)
ESPARTA
Reflexionando yo cierto día sobre el hecho de que, siendo Esparta una de las ciudades menos pobladas, se haya, sin embargo, mostrado la más poderosa y renombrada en Grecia, no pude menos de preguntarme, admirado, cómo tal cosa pudo suceder. Mas al considerar las costumbres de los espartanos, dejé de asombrarme.
Por ejemplo, con respecto a la procreación de los hijos (empezaré por el principio): los demás, a las doncellas que con el tiempo han de ser madres, y que reciben la educación que se juzga honesta, las alimentan con los manjares más moderados y con el más sobrio condimento que darse puede: además, les hacen abstenerse en absoluto de vino, o beberlo. A lo sumo, mezclado con agua. Y, como la mayoría de los que tienen un oficio son sedentarios, así los demás griegos consideran conveniente que también las doncellas lleven una vida apacible, trabajando la lana. Pues bien, de las que son así criadas, ¿cómo esperar que puedan dar vida a nada grande? Licurgo, por el contrario, pensó que para proveerse de ropas basta con las esclavas, y que para las mujeres libres la más importante misión, a su parecer, es la procreación de los hijos: ordenó, pues, en primer lugar, que el sexo femenino ejercitase no menos que el masculino su cuerpo: y además instituyó certámenes de ligereza y fuerza entre las mujeres, al igual que entre los hombres, en la idea de que de padre y madre fuertes nacen igualmente hijos más vigorosos. Y en cuanto a las mujeres, después de casadas, observando que los demás acostumbraban a mantener con ellas, en los primeros tiempos, desordenado comercio, contraria fue también en esto su opinión; en efecto, declaró cosa vergonzosa que un hombre fuese visto en el momento de entrar en el tálamo o al abandonarlo. Con lo cual, era forzoso que se mantuvieran unidos los esposos por un mayor deseo, y que el hijo, que en estas condiciones engendraran, fuese más fuerte que si estuvieran ya uno de otro saciados. Además, para impedir que cada cual tomara mujer cuando bien le pareciera, ordenó que los casamientos se hicieran en la plenitud del vigor físico, mirando también en esto a las conveniencias de la prole. Y si acaso sucedía que un viejo estuviera casado con una mujer joven, viendo Licurgo que los hombres en tal edad suelen ser celosísimos guardadores de sus esposas, opúsose igualmente a ello: pues obligó al marido a engendrar hijos en su mujer, llevando a su casa un hombre cuyas prendas físicas y espirituales fuesen de su agrado. Y declaró legal que , si alguno no quería cohabitar con su mujer, pero deseaba tener hijos dignos de memoria, pudiera, con el consentimiento del marido, tener hijos de la que le pareciera fecunda y saludable. Y en otras muchas cosas a éstas semejantes consentía: pues las mujeres quieren ser dueñas en dos hogares, y por su parte los hombres gustan de dar hermanos a sus hijos, que participen en su estirpe y poder, mas no rivalicen con ellos en la herencia. Si, con criterio tan opuesto al común en materia de procreación, logró para Esparta hombres superiores en fuerza y robustez, examínelo el que quiera.
(Jenofonte, La república de los Lacedemonios)
1. ¿Qué diferencias puedes apreciar entre la situación de la mujer ateniense y espartana? Señálalas.
2. ¿Cuál era el principal interés de la sociedad espartana y de las sociedades clásicas? ¿Actualmente conservamos el mismo interés o los hemos cambiado por otros? En caso negativo, señala dos o tres ejemplos.